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Músico, cantor y compositor. |
Ubicación personal. Fue el creador—en lo artístico—, el primer cultor emocional y estéticamente genuino —en lo histórico— y el mayor intérprete —en lo valorativo— de las formas vocales del tango. Su personalidad integral gravitó, además, en todo el panorama de la música popular y en el estilo espiritual de las ciudades del Río de la Plata, de los que fue la figura más representativa; en vida, primero, y luego en la ascendente proyección afectiva y social de su legendaria memoria.
Ubicación histórica. Fue hombre de la generación de 1910, gestora de la transformación profunda que hizo del tango primerizo un género perfectamente diferenciado de arte musical. Alternó en ella con los compositores y con los ejecutantes —Bardi, Firpo, Arolas, Delfino, Canaro, Castriota, Martínez, Fresedo, Roccatagliata, Carlos V. G. Flores— que, en distintas latitudes de temperamento, promovieron la génesis del tango cantable con caracteres melódicos rítmicos y armónicos propios, y con los letristas que encabezados por Pascual Contursi aportaron la equivalente dimensión literaria. Él, a su vez, rompiendo revolucionariamente con las arcaicas maneras vocales que, representadas por Ángel Villoldo, Pepita Avellaneda, Flora Rodríguez, Alfredo Gobbi, Arturo Mathon, Linda Thelma y otros, habían prevalecido hasta entonces, dio a ese flamante y auspicioso repertorio para canto, la exacta configuración interpretativa. Sus versiones de Flor de fango(Gentile-Contursi), Milonguita (Delfino-Linnig), Mi noche triste (Castriota-Contursi), De vuelta al bulín (Martínez-Contursi), Mar-got (Ricardo-C. E. Flores), Carne de cabaret (Lambertucci-Roldán) y Pobre Paica (Cobián-Contursi), grabadas en discos Nacional Odeón entre 1918 y 1920, lo mostraron ya en toda la originalidad que desarrolló y enriqueció a lo largo de su breve carrera posterior.
Fisonomía creadora. En el plano vocal, irreprochable de afinación, de impostación, plena en todas las notas de equilibrado y parejo vibrato, su voz de barítono, de caudal mediano y próxima a las dos oc-tavas en su tesitura, fue cambiando de color a través de los años. Pero su inesperado e inconfundible timbre, su característica presencia sonora, quedaron radicalmente y para siempre identificados con el tango. No fue que tuviera él "voz de tango"; éste—más bien— nació de su voz. En el plano musical, le fue natural el refinamiento y la imaginación para tratar la línea melódica, dividiéndola, acentuándola, matizándola con exquisito e invariable buen gusto, todo lo cual, juntamente con su marcada tendencia al "tempo rubato" y a su instinto innato del ritmo —creador en alto grado del propio ritmo del tango— concurrió a perfilar su inconfundible fraseo. En lo interpretativo tuvo la rara aptitud de poder recrear, en un solo e indivisible acto de expresión, el texto musical y el texto literario. Esto es, cantando y "diciendo" a la vez con precisa y simultánea comprensión del contenido y de la intención de cada tango diferente: festivo en Qué querés con esa cara; compadecido en Pobre corazoncito; nostálgico en El bulín de la calle Ayacucho; cachador en Tierrita; coloquial en Mano a mano; trasnochado en Y reías como loca; melancólico en La per-canta está triste; arrabalero en Del barrio de las latas; romántico en Trovas; sentencioso en Pompas; grotesco en Chorra; irónico en Se acabaron los otarios; burlesco en Otario que andás penando; pretensioso en Si soy así; trágico en Cuesta abajo; reflexivo en Meditando; compadre en Taconeando, aun- que con una constitutiva inclinación a teñir toda su riquísima gama de intérprete con una pátina de melancolía profunda.
Esbozo temperamental. En el indesglosable todo de su creación, hubo la convicción de un arte en el que se combinaron su naturaleza anímica entre picaresca y solemne de hombre del bajo ciudadano, con las hondas raices de su criollismo —conocedor de cuanto había de manifiesto o de sobreentendido en lo que cantaba— y su señorío de hombre de clase por imperio espiritual.
Gravitación artística. La influencia de su personalidad que vivida y fecunda superó largamente a su muerte, y que se había afianzado luego de 1925, nació con su advenimiento mismo y alcanzó a enriquecer todos los aspectos del tango. Fue incitación para músicos y para letristas, los cuales lo sirvieron con un repertorio copioso del que, en medida importante, procedió la evolución y la diferenciación en estilos y tendencias de las composiciones cantables, a las que contribuyó él mismo con una obra de primera fila —Soledad, Arrabal amargo, Volvió una noche, Cuesta abajo, Volver, Golondrinas—, especialmente durante sus años postreros. Gravitó, intenso y dominante, en las corrientes vocales: únicamente pudieron sustraerse totalmente a su influjo, algunos de sus contemporáneos, como Ignacio Corsini, Agustín Magaldi y la mayor parte de las cancionistas; y fue absorbente su maestría, incluso para aquéllos que formados en su admiración y en su escuela —Charlo, Alonso, Lesende, Marino, Berón, particularmente Rivera— se expresaron en modalidades de jerarquía, con mayor independencia. La fuerza ordenadora y el contenido precursor de su manera de sentir y de tratar musicalmente el tango, concomitantes a los quefueron propios de la corriente decarista, influyeron por lo profundo en toda la familia de estilos orquestales auspiciada por ésta, inclusive en sus más avanzados cultores.
Trascendencia popular. Su arte, su naturaleza, su conducta, su temperamento, su
fisonomía, ejercieron una verdadera fascinación para varias generaciones, como una manera plena de confirmarse en todo cuanto define a lo porteño y a lo rioplatense. De esa pura y sencilla exaltación emocional, se alimentó el cariño y la imaginación popular que gestó, luego de su muerte, la legendaria imagen suya. Vivificado por el disco de fonógrafo —en el cual permanece su voz— o por la película de cine —en la que perdura su fisonomía—, su enorme fantasma se agregó a la doméstica constelación mitológica del Plata, junto a los Carriego, Arolas, Pepino el 88, Florencio Sánchez, Carlos de la Púa, Gabino Ezeiza, pero compendiándolos en una sola e ideal representación espiritual.